Virginia Posse y Matías Figueroa, los padres del año. Foto Prensa Gobierno de Tucumán.
Esta historia empieza en el comedor de diario y con una sobremesa. Acababan de cenar Matías Figueroa y Virginia Posse en su casa de la calle San Luis. Probaron la última cucharada del postre, se miraron, levantaron las cejas y al unísono se preguntaron: “¿Qué hacemos?”
Antes de aquella sobremesa que les cambió la vida, la pareja casada en mayo de 2016 ya estaba inscripta con intenciones de adoptar pero el tiempo pasaba sin noticias hasta que una amiga de Virginia les dijo: “Miren, hay un grupo de seis hermanos. Es difícil que una familia los quiera porque son muchos. No sé si ustedes se animarán”.
Divididos entre la Sala Cuna y el Eva Perón, los hermanos sólo se veían justamente los Viernes de Hermano, una reunión que promueven los hogares de niños para que no se pierda el vínculo. “Perder el vínculo, que crezcan en distintas casas, que se traten como primos y no como hermanos...”, pensaban una y otra vez Matías y Virginia durante la sobremesa ya entrada la madrugada. Faltaban un par de horas y tenían que tomar una decisión.
A la mañana siguiente se vistieron y cuando llegaron al juzgado también lo dijeron al unísono: “¡Queremos a los seis!”. Y volaron los papeles, y llovieron los aplausos, y todos dejaron el frío de los pasillos de la Justicia y se abrazaron a los papás, de repente, de seis hermanos entre 12 y 4 años. “No sabés el revuelo que se armó. Las empleadas nos querían besar los pies. Cuando le dijimos al juez de nuestra decisión, todo fue muy emotivo”, le cuenta Matías, de 36 años, a eltucumano.com.
Esta historia continúa en la piecita de la Sala Cuna, donde dos de los seis hijos esperaban a sus papás. “Abrimos la puerta y ahí estaban. Nos pusimos a jugar en el piso con ellos, tranquilos, hablando lo justo y necesario, tratando de hacernos amigos en primer lugar. En esos minutos nos dimos cuenta que no tenían maldad, llegó una cuidadora y nos dijo: ‘Muy bien, entonces, se los tenemos que preparar’. Y hasta que les armaron las mochilas con sus cosas fuimos a buscar a los otros cuatro”.
Ya en los merenderos del Eva Perón, Matías y Virginia se reunieron con los cuatro que completaban la foto familiar. “Ahí fue más simple. Hablamos cinco minutos y fue como si nos conociéramos desde toda la vida. En ese momento me acuerdo que les dije: ‘¿Nos vamos a la casa?’ Y nos vinimos todos juntos”.
Son las diez y media de la noche en la casa de la familia Figueroa Posse y mientras Matías cuenta todo lo que leemos, voces infantiles lo rodean, le tironean el celular, nos saludan por el celular, él les dice que la llamada no es para ellos, y ellos se ríen y le dicen que se apure porque es noche de películas: “Me salieron ochentosos. Nos encanta ver películas de antes. Rambo y Rocky la vamos viendo mil veces”.
Antes de que se haga el pochoclo, Matías recuerda cómo fue la primera noche que pasaron todos juntos: “Nos faltaban cuatro camas y las conseguimos. Acondicionamos los cuartos, pero esa primera noche querían dormir todos juntos. En el living se armó un campamento y con el pasar de los días nos fuimos conociendo: ellos a nosotros y nosotros a ellos”.
Las voces de los hermanitos se escucharon el jueves a la mañana en una grabación casera: Matías y Virginia fueron reconocidos por su entrega y compromiso durante el discurso del gobernador Juan Manzur, en la apertura de las sesiones legislativas. Cuando la cámara enfoca a los papás, una vocecitase escucha en el video: “¡Miren, miren, ahí está la mamá!” Pero eso también llevó su trabajo: “Al principio nos decían El Profe y La Seño. Después nos empezaron a llamar Matías y Virginia. Claro que hubo situaciones como que digan ‘¡Vos no sos mi mamá!’ Pero limamos asperezas. No son problemáticos. No son atrevidos. Estuvieron en la calle y superaron situaciones muy difíciles”
La historia va llegando a su final por el momento, pero antes hay que viajar con Matías y los cuatro más grandes a Catamarca. “Nos hacía falta un viaje para consolidar el vínculo. Así fue que un día me los llevo de viaje a los cuatro. Nos fuimos a una granja donde producimos bondiolas, ahumados, embutidos. ‘Preparen sus cosas, nos vamos al campo 15 días’, les dije. Y nos fuimos. Virginia se quedó con los más chicos. Ese viaje funcionó, compartimos muchas cosas lindas y conversamos mucho. Cuando volvimos, sin darnos cuenta, nos dijeron mamá y papá. Nos miramos con Virginia. Y sentimos una alegría tremenda”.
Así como empezó, esta historia también termina en una sobremesa. “Los seis son fanáticos de las costeletas de cerdo, pero comen de todo, lo que haya”, se ríe Matías, mientras todos ayudan a levantar la mesa y a dejar las cosas en la cocina. Roxana o Gabriela son las chicas que ayudan a la familia con los quehaceres domésticos. También siempre están el tío Maqui y la abuela. Una vez que todo queda en orden, ahora sí, los más grandes dejan los celulares, los más chicos empiezan a cabecear de sueño y en el plasma un león ruge y Sylvester Stallone, con los guantes de Rocky o las armas de Rambo, se prepara para entretener a Matías, Virginia y sus seis hijos. Una familia y una historia que, con el perdón de los premios Oscar, superan a cualquier, pero cualquier película.
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