Emocionante diario de una madre con una hija con síndrome de
Rett.
Publicado por Elisabet Pedrosa
La miro y me pierdo dentro de sus ojos verdes, y no
encuentro palabras para contar lo que me está diciendo: “mi niña”, “mi Gina”,
es la criatura de la mirada expresiva que ha contado en silencio su enfermedad.
Ya tiene 7 años, y sigue aquí pese a las terribles crisis, y seguimos aferrados
a su alegría de vivir. Tener una hija con una grave discapacidad puede
destruirnos o hacernos más fuertes. Y llega un día en que dejamos de
resistirnos a lo que es y aceptamos el problema y ella se transforma en un ser
especial, y nuestra vida se normaliza, se enriquece y la vivimos como un
regalo, y caen las etiquetas de la enfermedad y se vuelve una persona, y la
experiencia nos humaniza.
¡Sí, mi hija Gina ha sido el mejor regalo de la vida!
18 de febrero de 2005
Gina reitera episodios nerviosos. Se hiperventila, se
restriega la boca y su abdomen se endurece como una piedra. No hay peor tortura
para una madre que ver padecer a una hija, ver cómo se hace daño, cómo grita, y
no poder hacer nada.
Es el primer día que escribo después de un largo período de
silencio y dolor. Se necesita tiempo para digerir el dolor. Y a pesar de todo,
Gina es tan bonita...
Cómo cambia la vida, los valores, el prisma a través del que
miramos la realidad cuando tenemos una hija Rett. El problema es que nadie sabe
—como yo misma antes de que empezase esta historia—, qué pasa al entrar en el
consultorio de una médica, cuando ella se frota las manos porque ha descubierto
un nuevo caso de la enfermedad que la tiene obsesionada y dice: “Está clarísimo,
es una niña Rett”.
Y nos mareamos, y sentimos vértigo y buscaríamos la llave
del mundo para accionar la moviola y volver atrás, al momento de la gestación
en el que algo que no debía mutó y determinó la vida de una criatura.
Pero Gina es así, y aprendí a amarla. Descubrí la
deformidad, el defecto, la amputación, todas esas palabras feas que había
descartado de mi vocabulario lleno de miedos. Si me hubieran preparado, no para
la disminución sino para la diferencia, posiblemente hubiera sido más fácil.
25 de febrero de 2005
Gina lleva una cinta de colores en el pelo y unos anteojitos
que le dan un aire divertido. Tiene un rostro bonito. Creen que cuando crezca
tendrá cara de tonta. Todavía no.
Disfruta tanto viendo los teletubbies, le transmiten emociones,
buen humor, alegría, y todo eso es lo que mejor capta Gina. Quizá Gina sea de
la tribu de los teletubbies. “Un abrazo”, se dicen entre ellos, y yo se lo digo
a ella, y me mira y me entiende, pero no puede estirar los brazos a voluntad
—estoy segura de que lo haría— y como no puede, se deja abrazar. A veces estira
la cabeza hacia atrás y me muestra el cuello inmaculado; quiere que la bese.
Ella vive de mis besos.
28 de febrero de 2005
Me gustaría que mis palabras fueran útiles para otros
padres... Me gustaría encontrar palabras de otros que me sirvieran a mí para
crecer, para aceptar y para superar el dolor que siente Gina, una tortura lenta
y despiadada. Cuando la oigo gritar, me angustio y lo único que puedo hacer es
decirle “Gina, bonita, ya está”. Y pienso en la posibilidad de que un día
encuentren algo que mejore su vida y reduzca su dolor.
9 de marzo de 2005
Recuerdo que a los pocos días de nacer, yo decía que había
dejado de ver la tele, que sólo la miraba a ella. Mirarla me llenaba de
felicidad. Y ahora también, pero a la vez me angustia. Es una angustia que se
instala en el estómago, como un lavarropas que centrifuga sentimientos.
12 de marzo de 2005
Intentamos que, al menos en las fotos, se escape del
síndrome de Rett. Cuando su cara queda libre de tics que no puede controlar, es
la de una niña serena, bonita, una princesa sonriente.
Otro día de dolor, aunque distinto, fue el del nacimiento de
Pol.
“Pol, te quiero tanto. Aunque quizá lo puedas poner en duda,
porque Gina me necesita más que tú, lo comprenderás cuando crezcas. Sin ti,
seguramente nuestras vidas se habrían destruido.”
14 de marzo de 2005
Gina siente de una manera muy especial la música. Hemos
puesto a Manis Joplin y le gusta. Ha llegado contenta de la escuela; mueve el
cuerpo adelante y atrás, y Pol la mira... Si le canto, sea lo que sea, le gusta
muchísimo. Sonríe complacida y de vez en cuando emite un sonido, diciéndome en
silencio —estoy convencida— que me quiere. Yo le he contestado que también,
muchísimo. En esos momentos mágicos que vivo con ella, casi sin darme cuenta
llego a la cima de la felicidad.
15 de marzo de 2005
Cuando duerme, Gina no hiperventila, no gesticula, no hace
estereotipias (gestos repetitivos e involuntarios con las manos que inutilizan
su funcionalidad). Es una niña. ¿Sabe que había llegado a usar la cuchara?, ¿a
tomarse la mamadera solita? Pero un día la estereotipia se apoderó de ella y ni
siquiera se puede rascar tranquila.
16 de marzo de 2005
Gina tiene arcadas luego de la merienda. Ese fue uno de los
primeros indicios de que algo no estaba bien. Una oftalmóloga me preguntó si lo
hacía de golpe. “Sí”, le contesté, y me dijo que era un problema neurológico.
Tenía razón. Gina todavía no había cumplido un año, pero nos esperaba un camino
larguísimo y tortuoso antes de que alguien reconociese lo que le pasaba.
Nadie daba importancia a los reflujos, sólo la madre histérica.
“¿De qué estamos hablando, doctor? Ponga todas las
posibilidades sobre la mesa”. Fue el primero de los peores días. El médico
habló de autismo.
No dije nada. Me aguanté las lágrimas —como tantas otras
veces— y salí del consultorio muy tensa. En el ascensor me desmoroné.
Había sido el primer puñetazo, fuerte y directo. Había algo
irreparable en Gina, y aquella vaga idea me daba vértigo. Evidentemente, busqué
en Internet qué era eso del síndrome de Rett, y empezó a faltarme el aire.
Quizá sí se trataba de esa enfermedad. Niñas, todas ellas con un movimiento
característico de las manos, con etapas de regresión. Y dentro de mí crecían
unidos Pol y la desolación.
Gina ha dicho “¡MI!”. Cuando era más pequeña, antes de la
regresión había llegado a decir “papá” y “mamá”, pero ahora prácticamente nunca
dice nada inteligible.
A causa de las crisis, Gina se pasa noches casi enteras sin
dormir. Cuando esto sucede, cierra los ojos para descansar, pero algo la
sacude. Yo sólo sé abrazarla para calmarla, y me desespero.
19 de marzo de 2005
En una página que consultamos encontramos este nombre:
doctora Pineda, del Hospital Sant Joan de Déu, especialista en el síndrome de
Rett. La llamamos..., le explicamos..., y nos invitó a visitarla.
Terminábamos de cruzar la puerta de su consultorio cuando la
doctora Pineda nos confirmó que Gina era una niña Rett, y con esta confirmación
mató todas nuestras esperanzas de estar equivocados. La verdad cruda y dura,
allí, delante de nosotros.Los estudios genéticos dejaban bien claro que Gina
tenía la mutación propia del síndrome, un Rett clásico con una afectación de
grado medio. Después supimos que el grado, desgraciadamente, no era el medio,
sino una de las tres formas más severas. Todo este periplo hasta llegar a
conocer la enfermedad de Gina fue difícil y doloroso.
23 de marzo de 2005
No quiero compasión, sino que usted se meta —un poco— en mi
piel y que me entienda y comparta conmigo el dolor; creo que así se me hará más
llevadero. Compartir, no sentirme sola en este maldito viaje.
30 de marzo de 2005
Gustar a los demás... Nos educan para caer bien a los otros,
por la calle, en el ómnibus, en la escuela, en la familia, en el trabajo... Y
este gustar pasa por ser atractivo en lo físico, y en lo que hace referencia a
nuestra cabeza o a nuestro comportamiento. Si la parte física, la mental o la
comunicativa fallan, entonces uno se queda afuera, se convierte en un estorbo,
tiende a la invisibilidad.
1º de abril de 2005
Me parece que la medicación está dejando de causar efecto en
Gina. Como ya ha ocurrido otras veces, ha llegado al punto en el que el cuerpo
se ha acostumbrado a la dosis. Entonces vuelve a tener las estereotipias, que
están más acentuadas que nunca, y volvemos a las noches de crisis que no se
terminan nunca. Tengo que ponerme en contacto con la doctora para saber si
podemos aumentar la dosis o será necesario cambiar la medicación.
4 de abril de 2005
¿Alguna vez ha tocado la felicidad? Casi me da miedo
hacerlo. Gina, tranquila, contenta y atenta como nunca; Pol, extremadamente
dulce. Ambos interactuando, y con Roger, la relación ideal... ¿Qué más se le
puede pedir a la vida? Me gustaría conservar este fin de semana en una
burbujita, perpetuarlo, embalsamarlo.
5 de abril de 2005
Pol se come mi reloj. Escuchamos a Albinoni y me viene a la
cabeza aquella frase que un día nos escribimos Roger y yo furtivamente en el
celular: “Es cuando nos tocamos que surge la música”; y después surgieron los
hijos, la alquimia de las palabras y de la cocina. Y más tarde, descubrirnos
los rincones escondidos, pero también las malas palabras, los días malos y los
desencuentros; días en los que todo se acababa liando con un dolor intenso... Y
después, no se sabe por qué, uno se redescubre —como un desconocido— en una
misma casa y, a pesar de todo, quiere creer en otra oportunidad.
Gina me ha marcado la cara con sus fuertes dientes. En otra
ocasión me mordió y me salió sangre del abdomen; fue cuando estaba embarazada
de Pol. ¡Qué dolor! Ahora me mira y se ríe. Aunque la reto, se ríe. He
intentado explicarle que hace daño con los dientes, pero tengo la impresión de
que no ha entendido nada.
6 de abril de 2005
Mar, la enfermera de Gina, me ha dicho: “Enfócalo de otra
manera. No es que cuando Gina lo pasa mal tú no puedas hacer nada, que seas
impotente; debes pensar que ya haces mucho para que ella se sienta bien”. No lo
había pensado, es una buena lectura, y es verdad que no paro de hacer cosas, de
pensar, de estar —tanto si estoy realmente como si no— con Gina.
7 de abril de 2005
Nos llamó la doctora Pineda y dijo que hay muchas
posibilidades de que Gina tenga ataques epilépticos fuertes.
Después de recibir la noticia de que tenemos un hijo con una
disminución severa, nos encerramos en una caparazón, caemos en un sueño
profundo, sobrevivimos en un estado letárgico. Y duramos, simplemente
duramos... No sabemos hasta cuándo.De pronto un día empezamos a despertar,
salimos del pozo y vemos las cosas que pasan alrededor, a esta hija, con
perspectiva, tal como es. Entonces empezamos a hacer preguntas, plantear dudas,
desafíos... ¿Qué se puede hacer para darle una vida mejor? De repente
descubrimos que las disminuciones las tiene ella, no nosotros, que estamos
vivos y podemos hacer mil cosas para ayudarla. Despertarse es revelador. Tengo
energía para luchar, y mucha. Ayer pasamos una linda tarde. Gina, Eulalia y yo
fuimos a ver el mar. Mi hija estaba espléndida. Al acercarla al mar, abría
completamente los ojos, y cuando las olas rompían sobre la arena se reía
ruidosamente. “Gina”, y ella me miraba con una satisfacción infinita y yo me
sentía plena y unía mi cara a la suya. Le decía muy bajito, junto a la oreja:
“¡Te quiero, pequeña, te quiero tanto!”. Y ella se dejaba querer. A veces
pienso que es tanta la intensidad de mis sentimientos hacia mi hija que se
podría comparar con la intensidad de un enamoramiento; es pasión pura lo que
siento cuando veo la felicidad que irradia su rostro.
Ayer senté a Gina en la cama grande antes de bañarla. Le
estaba sacando la ropa cuando los brazos, rígidos, le empezaron a temblar y la
cabeza a vibrar. Lloraba y se quejaba desconsoladamente. Tardó bastante en
calmarse, me asusté.Curiosamente, ella, que no puede gobernar su cuerpo, me
devolvió el abrazo en un gesto compulsivo, o quizá voluntario, mientras seguía
llorando. Era la primera vez que veía a Gina en aquel estado. Creo que fue una
crisis leve. No sé qué pasará el día que sea fuerte.
8 de abril de 2005
Hoy Gina ha ido contenta a la escuela. Ayer estuvo en la
piscina y volvió a casa relajadísima, con aquella aureola de felicidad que hace
que sus ojos muestren un pequeño cielo de paz.
Quizás usted se pregunte qué puede y qué no puede hacer
Gina. Con las manos no puede hacer nada, ni siquiera ponerse el chupete cuando
se le cae de la boca. Su día a día es estar sentada oscilando adelante y atrás,
mover la cabeza de un lado al otro, levantar los brazos, sonreír y mirar. No
tiene autonomía para levantarse, para sostenerse, para levantarse y no caerse,
para taparse por la noche si tiene frío, para tomar un vaso de agua, para
jugar, para comer, para abrazar, para señalar, para rascarse, para sacar, para
poner, para dar... Los objetos prácticamente no le llaman la atención. En
cambio, le atraen las voces y los rostros de las personas. Si la dejo sentada,
se queda quieta mirando, observando. Le atrae la televisión. Que le diga “Gina
guapa” la vuelve loca porque es muy presumida. Cuando llego a la escuela y le
digo hola —esto, al principio, fue muy frustrante— no reacciona, no me ve
entrar. Tarda en reaccionar, en procesar mi voz, mi presencia, cuando le hablo;
solo luego de unos instantes sonríe.
20 de abril de 2005
Al saber cuál era la enfermedad de Gina, sentí mucha rabia y
tristeza. Creía que no podría volver a reírme nunca más, a hacer bromas. Pero
poco a poco la vida continúa su curso y vuelven el sentido del humor y las
ganas de reír, y soy capaz de hacer bromas, incluso con la enfermedad de Gina.
Hoy me lo comentaba una de las educadoras de su escuela. Esta guardería es lo
mejor que se puede pedir si uno tiene un hijo enfermo. Se trata de un espacio
totalmente adaptado, con un personal excelente a nivel humano y profesional, y
con auténtica vocación, porque hay que tenerla para no desanimarse.
Veo cómo el entorno la afecta muchísimo, como a todos, por
otra parte, pero en su caso las buenas o malas vibraciones del entorno pueden
ser determinantes. Esto me hace pensar mucho en la responsabilidad que tenemos
de proporcionarle un entorno agradable.
26 de abril de 2005
Es triste que la vida de una persona se reduzca a lo que
hace y a lo que no hace o no puede hacer. Cuando digo todo lo que no puede
hacer Gina, la gente se queda asombrada, como pensando que no hay vida si no se
puede hacer todo eso. Y la reflexión es totalmente errónea, porque Gina, a
pesar de todo lo que no hace, existe, está llenísima de vida.
28 de abril de 2005
Hoy hemos tenido otra de las “tardes con Eulalia”. Y quizá
sea de las últimas. Son tardes agradables, bañadas por el sol de finales de
primavera, tardes de charlas tranquilas sobre el mundo boliviano y sus hijos
que están lejos.
Esta mañana Gina ha estado un poco nerviosa pero contenta.
Ha hecho fisioterapia con Jordi. Se ha mantenido erguida en el bipedestador, el
aparato que le sostiene la cintura y los pies para que pueda mantenerse de pie.
2 de mayo de 2005
“Pol, si algún día me lees, quiero que lo sepas: fuiste una
fuente de luz en un túnel oscuro que no sabíamos adónde nos llevaría. Pusiste
color en nuestras entristecidas, dormidas y languidecidas vidas. Eres un
bálsamo de vida.
“Los he visto rodeados de felicidad a ti y a tu padre, y
hacía tiempo que no veía la ilusión dibujada en su rostro. Pequeño milagro,
Pol, algún día te harás mayor y lo entenderás. No sabes, aún, cuánto bien nos
hace tu presencia, tu aprendizaje”. No sé si al final cargaremos sobre él
demasiadas expectativas, pero es extraordinario. “¡Pon un Pol en tu vida!”
podría ser el lema.
3 de mayo de 2005
Voy por la Rambla con Gina. Todo el mundo la ve con las
férulas, hasta ahora escondidas bajo la ropa de abrigo.
Descubrimos la diferencia. Y pienso: “Salgan, salgamos
todos, si tienen un pariente, un hermano, un amigo, un hijo con una
disminución, SALGAN a la calle, HAGÁMOSLOS VISIBLES, pero de verdad —con
campañas— para que no haya personas como yo, que hasta ahora mirábamos para
otro lado como protegiéndonos, pensando que ‘ni a mí ni a los míos nos
tocará’”.
Vuelvo a la tarde milimetrada. Gina merienda, esperamos un
poco para evitar que devuelva. A continuación la pongo de pie para ayudar a que
salgan los gases. Le recuerdo que Gina no camina. Si la levanto por los brazos
y le acompaño las piernas da pasos, más porque yo la impulso que porque ella
tenga verdadera intención de hacerlo.
Le doy besos, muchos besos y caricias, abrazos, le canto
canciones y toco notas con algún instrumento que no domino. A veces le hago un
masaje en las manos. A medida que pasa el tiempo se pone nerviosa y se le va
endureciendo el abdomen.
Mientras está en el bipedestador, hago su cena y la de Pol.
Todo triturado. Toda la alimentación de Gina es sana, integral y natural,
porque su cerebro se olvida de dar la orden de eliminar residuos y, por tanto,
se podría decir que hay que hacerlo manualmente.
Estamos intentando tramitar la tarjeta gratuita para todos
los medicamentos que toma y esto se hace bastante difícil. Son unos trámites
estúpidos.
11 de mayo de 2005
Hemos aumentado la dosis de Depakine y Gina ha hecho un
cambio. Solo hay que mirarla a la cara, concretamente a la boca, para darse
cuenta de que algo ha cambiado. Parece que las estereotipias han bajado un
poquito de intensidad y que hiperventila un poco menos. Ella parece más serena,
más atenta. No he dejado de pensar en positivo, de soñar que las cosas deben
mejorar. De hecho, no pueden ir peor.
7 de junio de 2005
Hay momentos en que el cerebro me hace clic y veo las cosas
que hasta ese momento no había visto. Gina es especial, muy especial; si ella
no fuese así yo no habría conocido, vivido, amado, a una niña como ella. No
habría tomado conciencia de tantos niños y niñas, de tantos adultos que viven
bajo la etiqueta de disminuidos y que son personas, a menudo muy sensibles, muy
capaces de amar y muy necesitadas de atenciones físicas y espirituales. He
conocido una realidad que de otra manera quizás habría sido invisible para mí y
he podido poner mi energía al servicio de esta causa.
17 de enero de 2006
Me iré pronto a comer y después a la piscina. Se me hace muy
difícil combinarlo todo. Tendría que ir a Bienestar y Familia para conseguir el
certificado de movilidad reducida para Gina. Empezamos a movernos para
obtenerlo cuando cumplió los tres años, a principios de diciembre, y demostrar,
así, algo obvio: que tiene una invalidez total y una movilidad cero. Es absurdo
que tenga que hacer tantos trámites cuando, en teoría, teniendo un certificado
de disminución del 75 por ciento (porcentaje que seguramente aumentará), ya se
tendría que activar todo lo demás. Pues no.
25 de enero de 2006
Mi hija ha pasado unos días muy malos y yo también. Las
descargas del cerebro han vuelto a hacer acto de presencia. Se despertaba
gritando, antes de las cuatro o las cinco de la madrugada, incluso antes de las
dos. Algunas veces se volvía a dormir luego de un rato, otras no. Me gustaría
describir cómo fue la peor de las noches. Sobre todo es difícil hacer frente a
una noche así cuando hemos dormido poco las anteriores. A las dos, como Gina
gritaba, le puse el chupete, la música, la arropé... Y ella continuaba
gritando, hacía movimientos bruscos, se destapaba —algo poco habitual en ella,
porque cuando la dejo en una posición se queda como petrificada—; sus gritos
eran de dolor, un dolor interno que angustiaba. Me la llevé a la cama para que no
despertase a Pol. Le di un medicamento de urgencia, pero nada, no funcionó. Y
ella gritaba y hacía movimientos nerviosos. Yo le tomaba las manos, la
abrazaba.
Recuerdo que una vez Roger preguntó a la doctora Pineda qué
podíamos hacer cuando Gina tenía una crisis, y ella contestó: “Abrazarla”. Eso
no cura, de hecho lo que quiso decir es que podemos hacer muy poco y que, por
tanto, la única salida es que se sienta acompañada, querida; son las
propiedades paliativas del amor.
Y entonces la abracé con fuerza; su cuerpo poseído por la
enfermedad, por las descargas, las pupilas dilatándose y contrayéndose. Tan
frágil, tan pequeña, temblaba como una hojita, la piel blanquísima, los ojos
enrojecidos y tristes.
Y una hora tras otra, el reloj avanzaba sin conceder tregua
para la calma. Ella sufriendo y yo sufriendo quizá más que ella, por la
angustia de imaginar lo que siente. Y en aquellas horas eternas me fui
enfureciendo y me repetí una y mil veces que “la vida en estas condiciones, con
este dolor, no vale la pena”. No la vale, maldita sea, no es justo que una
criatura tan pequeña tenga que sufrir un dolor similar. ¡NO! ¡NO! ¡NO!
Aguantamos el día, ella y yo, prácticamente sin dormir. Con
frecuencia no sé cómo lo resisto... Resisto y punto.
2 de mayo de 2006
¿Quiere leer una historia de superación personal? La mía,
por ejemplo, ¡qué remedio! Después de treinta y seis años de vivir y entender
el mundo de una forma determinada he decidido hacer un cambio básico,
trascendental. Emprender un camino diferente. Lo estoy haciendo, con pasos más
o menos firmes, dos adelante y uno atrás, pero avanzo...
Después de treinta y seis años pensando que tenía razón,
ahora he descubierto que no, que la razón es subjetiva, que existen otras
razones, que a pesar de tener razón no la puedo imponer. También he descubierto
que vivir colgada del dolor imaginado de una hija sólo me llevará a un dolor
multiplicado y a una angustia perpetua que me hará infeliz a mí y a los que me
rodean. Y me he sacado muchos pesos de encima, me he desangustiado y he
aprendido a mirar a Gina desde la alegría que ella desprende y enseña. Es como
si se hubiera levantado un telón que me nublaba los pensamientos y los
sentimientos.
Me gustaría ser capaz de explicar lo que ha pasado, cómo se
ha producido ese clic milagroso que me ha hecho pensar en un mundo mejor para
nosotros.
8 de mayo de 2006
He descubierto el valor de tener paz y armonía interior. He
descubierto el valor del amor, el valor de frenar los pensamientos obsesivos o
inútiles, el valor de conformarme, que no quiere decir resignarme, sino de
saber estar bien con las circunstancias, que a veces no se pueden cambiar y que
es necesario aceptar. He tenido la suerte de vivir una experiencia como la de
Gina, que nos ha llevado al límite. Y como consecuencia, ha provocado en mi
vida una verdadera revolución.
12 de mayo de 2006
Le hemos cortado el pelo a Gina y está preciosa. No es solo
amor de madre; sus facciones son de muñeca. La naturaleza es muy estrambótica:
¿cómo puede crear una criatura tan bella y no darle poder para decidir ni para
moverse ni para pensar ni para hacer casi nada de forma autónoma? Recuerdo a un
padre que me explicaba que lo que más le había costado había sido no rechazar y
querer a su hija, físicamente muy afectada. Podemos leer el alma de las
personas a través de los ojos y de la expresión, y superar el cuerpo, la piel,
como si fuesen un disfraz temporal que camufla un alma que necesita
imperiosamente que la amemos.
En los últimos días, han aparecido de nuevo las crisis de
forma virulenta. Siempre me pregunto si puede ser que ella nos quiera dejar,
porque deja de respirar y cuesta una barbaridad que vuelva a hacerlo. No se lo
reprocho; vivir en un cuerpo esclavo definitivamente tiene que ser muy duro. Un
día que estaba en la unidad de terapia intensiva del hospital de Sant Joan de
Déu le prometí que si un día se cansaba muchísimo de vivir en este cuerpo la
dejaría ir. Se lo prometí, pero cada vez que llega la crisis me olvido de la
promesa, y la reclamo, y le suplico que no se vaya, que no nos deje, y la
forzamos a volver a la vida y a respirar.
Tengo miedo de que se muera, es cierto, pero aprendo día a
día a vivir con esto. Me dice mi amiga y terapeuta Marina: “¿Aquí y ahora dónde
está Gina?”, y yo le respondo “¡Viva!”. Y ella explica: “Con frecuencia creemos
que cuanto más preocupados estamos más queremos, pero amar es mucho más que
eso. Tu hija lo sabe; no hace falta que sufras tanto para demostrarle tu amor:
disfrútala, abrázala, ámala”. Y yo asiento; tiene toda la razón, ahora hace
falta llevarlo a la práctica. En eso estamos, ¡aprendiendo a vivir!
Me consuela pensar que si un día se va, lo mejor de ella ya
lo llevamos dentro.
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