A 25 CUADRAS DE LA PLAZA
Abrieron un merendero en Los Vázquez para luchar contra las adicciones y el hambre
A 15 años de la crisis de la desnutrición en Tucumán, el barrio sufre además a causa del paco, la cocaína y las pastillas.
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“Los Vázquez no es un basural, es un barrio. Los que vivimos aquí no somos basura, y tampoco los adictos”, reclama “Yor”, uno de los 24 integrantes del grupo “Con esperanza nos fortalecemos”. Él enciende la leña del horno de barro en la casa de Cecilia Ruiz para cocinar los bollos que terminaron de amasar recién. Ahí son las reuniones del dispositivo de salud que atiende a jóvenes adictos a las pastillas, la cocaína y el paco. En su patio, además, los integrantes del grupo gestionan tres veces por semana un merendero, que recibe entre 80 y 120 niños, como estrategia terapéutica. Aunque sea duro batallar contra el narcotráfico -confían-, se niegan a dar por vencida la lucha contra las adicciones.
A 15 años de la crisis por la desnutrición en Tucumán, en uno de los lugares donde se observó con mayor crudeza –donde muchos buscaban qué comer entre los desperdicios del basural que funcionó hasta 2005-, los niños aún pasan hambre. Aunque ahora, el principal problema social en ése barrio es el paco.
El dispositivo (funciona gracias al trabajo conjunto de la secretaría de Articulación Territorial del ministerio de Desarrollo Social y la Secretaría de Prevención en Adicciones) comenzó por el pedido de un integrante que participaba en un grupo terapéutico idéntico que funciona hace más de dos años en La Costanera Norte, en casa de Blanca Ledesma (una de las referentes de las Madres del Pañuelo Negro). Los psicólogosEmilio Mustafá y Gabriela Morales Perrone, al frente del dispositivo, comenzaron con las reuniones hace un año y coordinan actividades con las fundaciones Jozami y Manos Abiertas.
El merendero forma parte del abordaje de la problemática, que considera tres niveles: individual, grupal y comunitario. “Mientras pasaban las primeras reuniones, el grupo avanzaba en el registro del barrio, en torno a las necesidades de faltaban. Como hay un comedor en el barrio, pero que no da abasto, ellos sugirieron un merendero porque les afligía el hambre”, explicó Morales Perrone. Mustafá defiende la experiencia, ya que el merendero logra que el paciente no programe su día en función de cuándo consumir, vincula a los jóvenes del grupo y ayuda a reparar los vínculos barriales, afectados por la descomposición social provocada por la pobreza y el narcotráfico. “Aunque suene polémico para algunos, el adicto al paco debe ser considerado por el Estado como una persona enferma, no como un delincuente”, afirma Mustafá.
Cinco chimeneas
Marcelo Guerra remueve con la zapatilla la tierra que cubre una bolsa de basura que parece brotar del suelo, en una lomada de Los Vázquez. “Estamos parados sobre la basura”, cuenta con resignación. La capa de tierra que cubre el vaciadero, cerrado hace casi una década, en algunas partes no supera los 20 centímetros de profundidad.
Desde la lomada, en el extremo sudeste de la ciudad, se observan tres chimeneas de la planta de incineración de residuos patológicos de la empresa 9 de Julio. El humo y la ceniza es dirigido por el viento directamente hasta las casas de las aproximadamente 150 familias que viven en una de los sectores más pobres de San Miguel de Tucumán. Al oeste, sobresalen los edificios más altos de la ciudad. Al este, el río y las células de Pacará Pintado. Adentro del barrio se distinguen otras dos chimeneas, de una fábrica de alimento para mascotas. Entre las calles se formó una laguna de agua podrida, que está al lado de un chiquero donde descansan los chanchos de una casa. Se reconocen las casas de casi todo el barrio, el comedor de Don Rocha, que funciona hace más de 15 años y el galpón abandonado que pertenecía al Divino Niño, donde está pintado un mural que hicieron los chicos del barrio, para contar la historia de un adicto a la pasta base de cocaína (paco). Los chicos corretean descalzos, remontando volantines.
“Ésa es la casa de Cecilia, donde funciona el merendero y nos reunimos”, apunta con su mano Guerra, integrante del grupo y boxeador. Su apodo en el ring es “Pitbull”: “me hago respetar, loco”. Adentro de la casa, en la cocina, Celina y Susana Décima, Marcelina Medina, María Vera y la dueña de casa amasan los bollos con los que darán la merienda esa tarde. Usan 13 kilos de harina, aproximadamente. La harina, azúcar, yerba y leche los obtienen por un programa alimentario del ministerio de Desarrollo. Como la levadura y la grasa no ingresan en el plan, deben comprarla o buscar donaciones.
Las mujeres colaboran en el merendero porque tiene hermanos dentro del grupo, o simplemente para ayudar. “Está bueno, porque los ayuda a ellos, que están consumiendo y les da una mano a los chicos, para que no estén en cualquier parte jugando. El barrio con el paco está pesadito. Acá hay muchos chicos y ellos están aprendiendo de los hermanos o de los tíos que consumen”, comenta María, mamá de dos nenes. Ella no quiere para sus hijos la realidad de dos hermanos suyos, que consumen.
“Aquí a los chicos que vienen drogados no los echamos, como en otras partes. No les podemos negar un poco de pan y mate cocido, o un arroz con leche”, aclararon. El merendero ya lleva seis meses funcionando. Con la ayuda de un grupo de estudiantes de arquitectura de la FAU (grupo Puente), construyeron un horno de barro y fabricaron mesones y bancos para atender a los niños.
Comenzó a venderse paco hace 3 años, comentan. Antes, los clientes buscaban la sustancia en el barrio Alejandro Heredia. Ahora no hace falta que crucen la autopista. A diferencia de La Costanera, donde la dosis se consigue a $5, en Los Vázquez su valor es el doble. Las pastillas –en general ansiolíticos que deberían venderse bajo receta-, se consiguen por $2 la unidad. El precio de la tirilla varía. Tienen un servicio de agua potable defectuoso y la presión es escasa (“el año pasado cortamos la ruta para protestar y nos reprimieron”, comentó Celina), no hay alumbrado público, la conexión eléctrica es precaria, no tienen cloacas, pavimento, desagües, plaza ni transporte público. La parada de colectivo más cercana está a 10 cuadras, y se debe cruzar la autopista, pero no hay puente peatonal. “Hace falta que traigan la ciudad hasta aquí. Vivimos olvidados en Los Vázquez, todos se olvidan de este barrio”, se resigna Susana. Su otra preocupación son los casos de piodermitis: a niños y adultos les brotan múltiples granos y abscesos con pus. En muchos casos se infectan. Según les dijeron en el CAPS, las pústulas son consecuencia de la contaminación, el agua estancada y la basura.
“Un poco de Justicia”
“¿Qué hace falta en el barrio? En Los Vázquez hace falta un poco de Justicia. Por cómo vive tanta gente”, responde Marcelo “Chelo” Guerra. Lleva un año en el dispositivo, al que llegó por su hermano Víctor, “Yor”, también en tratamiento. Con respuestas cortas y precisas, los hermanos relatan sus pesares y su recuperación.
“Me sumé para no tentarme. No estoy consumiendo. Hará 10 años que no consumo nada. Antes consumía porro. Empecé a los 15. Era muy marginado. Tanto por la gente del barrio como por la policía. Salís del barrio y la policía te pega, con sólo verte. Ni importaba lo que hubieras hecho. Ahora no tengo recaídas, estoy mucho mejor”, cuenta el boxeador, de 26 años.
Se mudó al barrio junto con su familia hace 15 años, desde Villa Amalia. Empezó a practicar boxeo hace 8 años, porque su hermano había comenzado y lo llevó a los entrenamientos en Axel Gym. “Al principio iba para molestar, pero he visto que me ha gustado y empecé a pelear. El sábado pasado peleé y perdí por puntos. He dado varios golpes pero bueno… hay un jurado que te juega en contra”, dijo.
“Ahora el barrio está mucho mejor. Cuando me vine a vivir acá eran todos ‘rancheríos’, desordenados. Cuando era chico acá jugábamos a la pelota por botellas: el que perdía juntaba botellas en el basural para venderlas y comprar una coca. Nos falta lo que todo barrio tiene: una plaza y un club. Tampoco estaría mal una escuela”, agrega. Trabaja en una pollería que lleva adelante el dueño del gimnasio donde entrena, pero sabe que, por la discriminación, conseguir un trabajo no es fácil.
Para el Pitbull, el paco es una sustancia que mata. “Les mata las neuronas a los chicos. Los lleva a hacer cualquier cosa. Se puede salir del paco, pero teniendo quien te ayude, algún argumento con qué entretenerte la cabeza para salir del pozo. Si no, estás todo el día mambeado y querés consumir”. Para él, el boxeo es su cable a tierra, su momento para descargarse. “Ojalá podamos recuperar las instalaciones del Divino Niño, de la Iglesia, y hacer actividades ahí. Estaría bueno poner una bolsa, para que los chicos peguen ahí y se descarguen. También serviría para el que se quiere recuperar de la droga tenga algo para salir, para demostrar que sí se puede salir”, dijo convencido. ¿En qué pensás cuando golpeas?, se le pregunta: “mirá como se vive acá, con todo esto golpeo”.
Para Víctor, hay un antes y un después desde que se insertó en el grupo. “Antes estaba tirado por la vida. Me lo pasaba en la calle día y noche. Hacía cosas malas. Qué más te puedo decir. Ahora estoy cambiado, no hago las cosas que hacía. Quiero hacer algo por mi casa, por mis hijos y por mi barrio”, comentó Yor, que tiene cinco hijos. Él trabaja en una cooperativa de trabajo, pero como no le alcanza sale a “rebuscarse” con un carrito a caballo "para tener moneda".
“La droga no es todo en la vida. Cuando consumía pensaba que primero estaba la droga y después la familia. Es muy fuerte. La droga te llevaba a hacer cosas tremendas. Ahora estoy feliz porque cumplimos un año en el grupo. Que la gente entienda que la droga es mala, no entiendo que les pasa a los políticos que apañan tanto la venta de droga en los barrios, dicen que es mala pero aumenta la venta”, reflexiona.
“Ahora que no consumo no te imaginás lo bien que me siento. Es hermoso estar bien, porque la droga no te lleva a ningún lado. También ayudo en el merendero, porque es algo lindo y ayuda a salir adelante. Cuando era chico no teníamos merenderos”, agrega.
Braian González Carabajal tiene una historia similar a la de Yor y Chelo, sólo que empezó a consumir siendo un niño. Con voz nerviosa, entrecortada y apresurada, relata su lucha contra la adicción. Comenzó a tratarse en el grupo hace siete meses. Empezó a consumir a los 14, pero hace un año y medio vivió su etapa más compleja. Ahora tiene 18 y quiere terminar la escuela. Fuma cigarrillo tras cigarrillo en el comienzo de la charla.
Vivió un tiempo en el conurbano bonaerense, en Claypole, en Almirante Brown y en San Francisco Solano. Cuando regresó a la provincia comenzó a vender objetos de su casa para poder consumir. Se trasladó a Los Vázquez luego de que su mamá se separara de su papá.
“El paco es una cosa que he probado y ya era, he quedado enganchado. Acá en Tucumán vendí todo para poder fumar. Vendí mi ropa para comprar pastillas. Después pasé a la base. Después merca y hasta poxirrán. Yo vivía en el 11 de Marzo y ahí también hay mucha droga. Nadie hace nada ahí por la droga. Mi papá es adicto, vendió la casa para ‘pipear’. Eso da pena… tiene seis hijos que cuidar y no trabaja. Mi mamá nos mantiene a mí con su pareja, mi padrastro. Mantienen a 10 hijos, contando los dos matrimonios de mi mamá. Ellos salen a cirujear para poder mantenernos a todos y darle a mi papá para que tenga para comer. Yo ando muy bien, al menos”, contó.
“Ahora me siento mucho mejor. No consumo, gracias a Dios, al Emilio y la Gabriela. Me he recompuesto. He estado re bien, tuve una recaída fea, dormía en el piso. Pero he salido. Entré al grupo y participé en talleres de carpintería. Ahora le digo a los chicos que consumen que intenten salir, se puede salir. Sé que se puede salir”, aseguró esperanzado.
Para ayudar con el merendero o acercar donaciones, comunicarse con Celina 0381 155032362
Que la ministra de desarrollo social deje de ROBAR y les de la merienda TODOS los dias a los chicos.
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