Ejemplo de vida
Casi no ve, con la ayuda de su familia se recibió y hoy guía una juegoteca
Analía Zahra es psicóloga; sus padres y hermanas le leían los libros; ahora apoya a chicos con problemas visuales
Analía Zahra tiene serios problemas visuales, pero una gran voluntad. Cuando decidió ingresar en la facultad para estudiar psicología no estaban difundidos los programas informáticos que transforman la palabra escrita en oral, ni los magnificadores de caracteres, ni la bibliotecas digitales, herramientas que hoy dan más autonomía a los estudiantes ciegos o con visión disminuida.
Los obstáculos no vencieron sus ganas de estudiar; tampoco, el afán familiar de que Analía se convirtiera en profesional, al igual que sus dos hermanas. No le resultó fácil, pero su esfuerzo personal -sumado al trabajo en equipo con sus padres, Ismael y Mirta, y sus hermanas- hizo que egresara con su título de grado de la Universidad del Salvador a los 27 años, hace ya trece. Hoy dirige la primera juegoteca inclusiva del gobierno porteño, en Almagro.
"Mis padres me leían las fotocopias y los libros de la facultad; yo, como algo veo de un ojo, iba armando mis propios apuntes en letra grande para luego repasar. Papá me transcribía en máquina de escribir los trabajos para presentar y hasta consiguió lo que fue un adelanto tecnológico para la época: una máquina de escribir eléctrica con tipografía más grande, y me tipeaba los resúmenes para que yo luego pudiera estudiar de ahí", relató Analía a LA NACION.
Nació en diciembre de 1973, como segunda hija de un hogar del barrio porteño de San Cristóbal. Padece de pliegues en la retina, una afección congénita que le dificulta la visión. Durante sus estudios primarios, en una escuela estatal, utilizó un telescopio de mano para poder ver el pizarrón y copiar lo que allí escribían. Las tareas le costaban más que a sus compañeros sin problemas visuales, pero igualmente las concretaba en tiempo y forma.
A los 12 años, recordó, sufrió un desprendimiento de retina en el ojo izquierdo, por lo que dejó de ver por completo de ese ojo. "El secundario lo hice en una escuela privada; en aquella época se asociaba al sector privado con una mejor calidad de educación. Me manejé con lentes-lupa para poder cursar y estudiar. Cuando el material para leer era mucho, ya me ayudaban mis padres y mis hermanas", dijo.
A diferencia de la primaria, de la que guarda buenos recuerdos, la secundaria no la disfrutó. "Si bien tenía un grupo de amigas, no la pasé bien, fue la etapa en la que más sentí la segregación; mis compañeras me cargaban por mi condición y yo sufría. Muchísimos años después, con algunas me reencontré por medio de Facebook y terminaron pidiéndome disculpas", describió.
Al terminar la escuela, llegó la pregunta: ¿y ahora qué? En la familia Zahra, explicó la joven, había que trabajar o estudiar. Con su dificultad a cuestas, para Analía la segunda opción resultó más atractiva. Hija de un padre odontólogo y de una madre docente, y con una hermana mayor que seguía la carrera del papá, ella eligió psicología. "Me interesaba poder entender las razones detrás de la conducta humana. Preferí una universidad privada porque, ya que iba a ser muy duro, al menos me ahorraba el año de ciclo básico común de la UBA", recordó.
Así, comenzó a cursar las 52 materias de Psicología en la Universidad del Salvador. El apoyo de su familia fue fundamental para que Analía pudiera avanzar en la lectura y estudio de la bibliografía y la confección de los trabajos prácticos. Si bien empezó a grabar algunas clases porque no podía seguir el ritmo de los profesores, la tarea posterior de desgrabación le provocaba más trastornos que soluciones.
Durante un año y medio contó también con la ayuda de una voluntaria de un banco de lectoras para ciegos y disminuidos visuales. Si bien tardó más que una persona con visión normal en leer, repasar y rendir, completó la carrera en 2001. "Hasta entonces me llevaban y me traían a todos lados, no andaba sola por la calle. No estaba en contacto con grupos de ciegos, no tenía idea de cómo buscar trabajo", confesó.
Mientras cursaba un posgrado, empezó a conectarse con el mundo de los no videntes y así llegó a las bolsas de empleo del Ministerio de Trabajo de la Nación y de la Comisión para la Plena Participación e Inclusión de las Personas con Discapacidad (Copidis) del gobierno porteño. Gracias a esta última, consiguió su primer trabajo en el call center de un banco privado, en 2005.
Entró en contacto con la Biblioteca Argentina para Ciegos (BAC) y allí conoció a una empleada del programa de Juegotecas del gobierno de la ciudad (ver aparte). "Tuvimos una entrevista con los responsables y, en pocos meses, pudimos abrir en el edificio de la BAC la primera juegoteca adaptada para chicos con discapacidad visual", narró.
Analía sonríe al describir lo que para ella significa: "Es una buena oportunidad para dar a los chicos con problemas como el mío la posibilidad de inclusión que a mí me costó tanto y resolver también inquietudes de los padres"
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