LUCAS Y SU ESTRELLA.
En el frio hospital de una ciudad lejana, el pequeño Lucas se encontraba postrado en su camita. Ya apenas podía levantar sus delgadas manos para sostener la cuchara con la que su sopa bebía. Sufría una rara enfermedad que había afectado también a sus padres acabando con sus vidas. Estimaban los médicos que era cuestión de días para que también partiera el niño. “! Vamos Lucas, levántate, hoy salió un hermoso sol!”, decía María, su enfermera. Pero cada vez se sentía con menos fuerza, y prefería la soledad de su habitación. Por las noches pequeñas lágrimas reposaban en su almohada. Su sonrisa hacía mucho tiempo se había marchado y sus ojitos grandes ya solo los habría para mirar de noche las estrellas durante un largo tiempo.
Una mañana fría de agosto, María
corrió angustiada a la sala de médicos. El director del hospital la
había llamado y no eran buenas las noticias: “lamentablemente los
resultados de los últimos estudios son contundentes. A Lucas le quedan
solo algunos días de vida. Muchas gracias María por todo lo que hizo por
el niño”. Llorando María corrió hasta el cementerio de la ciudad y
sobre las tumbas de los padres de Lucas exclamaba una y otra vez “Tanto
lo he querido a mi dulce niño, pronto se reencontrará con ustedes”.
Septiembre empezaba a vestirse de flores y colores, pero la habitación
de Lucas se mantenía siempre igual, fría y oscura.
Una de esas noches,
en las que el pequeño miraba por las ventanas las estrellas, vio una
persona, vestida de blanco, acercarse por el jardín del hospital.
“María, María, vi alguien afuera en el jardín” grito el pequeño con gran
entusiasmo. Rápidamente María se acercó a la ventana y dijo “No hay
nadie Lucas”. Pero convencido el niño repetía: “!yo lo vi, yo lo vi,
bajó desde aquella estrella que siempre me ha acompañado en mis noches
tristes, estaba vestido de blanco y llevaba una gran sonrisa!”. A la
mañana siguiente, Lucas le dijo a María: “hoy quiero salir al jardín a
ver el sol, ¿me llevas?”. Atónita María, le respondió: “Pero Lucas,
tantas veces he deseado llevarte allí y tu nuca lo quisiste, siempre
preferiste la oscuridad de esta habitación”. El niño retomó: “Cuando mis
padres se marcharon, me dijeron que un día me enviarían un ángel para
que cuide siempre de mi. Él estará ahora afuera, en el jardín, junto a
las flores y los pájaros”. Sonriendo María respondió: “!si, pero primero
te vestiré como un príncipe, te lavaré la cara, te perfumare y te haré
el mejor peinado, así el ángel se alegre mucho al verte bien”. María y
Lucas salieron de la habitación, los médicos en el pasillo no podían
creer lo que veían. “! Miren es Lucas!” gritaban asombrados.
Llegaron
finalmente al jardín, María pregunto: “¿dónde está el ángel?, a lo mejor
tuvo que retirarse ya”. A lo que Lucas respondió: “el ángel está ahora
al lado mío, eres tú. Me has cuidado siempre, y hasta me vestiste como
príncipe hoy”. Con los ojos llenos de lágrimas María pregunto:
“entonces, ¿quién era esa persona vestida de blanco que viste anoche
bajando desde una estrella y caminando hacia este jardín?”. Abriendo
grande los ojos y con la sonrisa más intensa que un niño pudiera tener
respondió Lucas: “Ese era otro ángel que venía a llevarme, pero al verte
a mi lado sonrió y desapareció pero dejó una carta en aquel banquito…”
Sin salir del asombro, María tomó la carta y vio que eran los resultados
del último estudio de Lucas, los que confirmaban que la enfermedad
había desaparecido. Fundidos en un abrazo, María y el pequeño regresaron
a la habitación del Hospital. Desde entonces la felicidad colmó a
ambos, Lucas se retiró a casa de sus abuelos y María continuó en el
Hospital. Ambos siempre estuvieron unidos, en la misma estrella que
todas las noches miraban a la distancia